Colección: Ivan Kurov

Ivan Kurov

Mediante la escultura y el dibujo, Ivan Kurov (Ciudad de México, 1982) explora la naturaleza y la transformación, en sus definiciones más amplias. Si en la primera estudia las propiedades químicas del material y la física del objeto, sus cuadros enmarcan la confrontación entre el paisaje orgánico y la intervención de la arquitectura humana.

Para Ivan, el arte pleno es aquel que se logra al margen de la intención discursiva, cuando el hacer de las manos sobre el material sucede sin la mediación de un concepto. Así, sus piezas emergen de la autonomía de los procesos y de la materia en la libertad de su esencia. El resultado es espontáneo, fluye, como la plática del artista.

Tras sus estudios en el CEDART Diego Rivera, Kurov hizo la licenciatura en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, precisamente durante el periodo de cambio de la carrera de Artes Plásticas a la de Artes Visuales. Aunque las tendencias tecnológicas y conceptuales tomaron mayor fuerza en el plan de estudios, Iván se ancló a la formación práctica de línea más tradicional.

Actualmente, Ivan Kurov se ha volcado a la escultura y el trabajo bidimensional de representación abstracta. “Lo explícito acorrala”, piensa, por lo que en sus dibujos priman formas –quizá sólo impresiones– que sugieren volcanes, árboles y estructuras-raíces, en un ritmo escheriano de fractales sin matemáticas de fondo.

En su camino, el artista ha generado un proceso que combina la superposición de elementos y la intervención de todos los planos del soporte. Mientras que su estilo pictórico se expresa en cuadros de vinil recortado sobre papel con veladuras en óleo, pintura –sobre y debajo– planchas de acrílico y monocromáticos mapamundis ficticios; el moldeado de sus piezas responde a las ideas del arte povera: recuperación, ensamblaje y resignificación de objetos naturales y cotidianos.;

Además del juego con lo opaco y las transparencias, la cromática de su obra suele discurrir del ocre al negro y de este al blanco, pero cuando se lanza sobre los colores prefiere la intensidad que alcanza la tinta serigráfica. En estos casos las brochas y espátulas en sus trazos recuerdan a Germán Venegas.

De texturas orgánicas y detalladas, las esculturas de Kurov podrían hablar de aldeas de un mundo distópico, casi primitivo; de un futuro truncado en derrumbes y raíces expuestas. Sin embargo, él explica sus piezas como el resultado de la experimentación constructiva en otra escala, del juego con el espacio, con la naturaleza y la reacción espontánea de la cerámica, la porcelana y el barro. Y, bajo este mismo entendido, es que Ivan convierte también la luz y la sombra en materiales de la composición.

Pararse frente a uno de sus dibujos a gran escala, es como quedar frente a una pantalla donde se transmite un sueño. Uno propio, no de el artista. Sus trazos largos presentan un mundo interior tan abierto que bien puede ser el de cada espectador. Un paisaje en llamas que arde bajo el incendio propio, esa catástrofe que todos llevamos dentro.

Aunque explícitamente la figura humana no está representada en sus piezas, el carácter introspectivo de ellas habla de la relación del hombre con el mundo, de la presencia y afectación que cada individuo imprime sobre el entorno natural. Y es ahí donde radica su fuerza.

Ivan Kurov ha participado en colectivos y talleres, pero bajo el entendimiento del arte como una experimentación íntima con los materiales.

 

 

 

 

 

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