Colección: Antonio Nieto

Antonio Nieto

Mirar: acto creador con que doy cuenta de mi entorno, con que lo recreo hago mío; péndulo oscilante que tiende un puente entre el exterior y su representación. Acción que traduce texturas, luces y cuerpos, en líneas, colores y formas. Principio sensible que convierte al mundo en proyecciones mentales y que lo inviste de afectos y pasiones nacidas de las profundidades íntimas del corazón. Trazar: dar vida al mundo y sus habitantes a través de las líneas; definir sus contornos, sus masas, sus volúmenes. Colorear: usar los pigmentos para conjurar el hechizo de la luz sobre los trazos; dar vida al boceto; dotar de sensualidad a las formas.

Cuando visitamos la obra de Antonio Nieto presenciamos los efectos dobles de la alquimia artística. Por un lado, encontramos el poder de transformar los materiales siguiendo antiguos procesos técnicos, muchos de los cuales hoy, en la era industrial y de la producción a contrarreloj, se llegan a dar por obvios y arcaicos, dado el meticuloso empeño y los pausados tiempos que demandan. Por el otro, apreciamos la manera individual en que el artista nos conduce, de la mano de su mirada, a recorrer la transmutación de la realidad sensible en realidad de sentimientos: con cuidada agudeza descriptiva, su pintura se ocupa de la vida diaria y sus objetos, de los pliegues y volúmenes del cuerpo, de los rasgos únicos de cada rostro; pero esta precisión obsesiva da cuenta simultáneamente de los sentires con que Nieto ha vivido cada escena plasmada. Alquimia material y alquimia espiritual: hacer de la (in)materia y de los (des)amores arte.

Apasionado de los maestros clásicos, Antonio Nieto revive técnicas dibujísticas renacentistas como la punta de plata; prepara afanosamente papeles y lienzos con imprimaciones propias del tiempo en que el arte pictórico se atesoraba como saber gremial;