La gran sorpresa de la pintura actual, de la pintura más radicalmente contemporánea, es la irrupción de un género que se quería pretérito: el retrato. Y más en concreto, el retrato de grupo o coral, y más en concretísimo aún que este venga de la mano de artistas mujeres, y si seguimos aún tirando del hilo, que sean mujeres de lo que se venían considerando los márgenes : creadoras africanas o afroamericanas, de países latinoamericanos, inmigrantes en Gran Bretaña o Estados Unidos, donde no dejan de exponer en la Tate o en el Whitney neoyorquino. Ellas se pintan solas o acompañadas y lo hacen con la fuerza de su pincel o de su aguja y la estridencia de sus colores. Porque esto, también, va de color.
Y va porque es una evidencia. No se trata de un arte político en el sentido tradicional de la palabra, sino de presencia, o más aún, de comunidad. Y de identidad. Y de realidad: las creadoras quieren mostrar el mundo en el que se mueven, sus familias, sus amigos, sus tradiciones; están enraizadas en lo que les rodea y por eso lo pintan, en otros casos lo tejen y algunas lo fotografían, aunque se trata de un fenómeno, por así llamarlo, más pictórico. Sus retratos pueden ser individuales, de parejas, tríos, grupos o colectivos. Nada que ver con el narcisismo del imperio de la selfie, aquí no abunda el autorretrato, sino el individuo pero no como tal, sino como parte una comunidad.
Una pintura coral que da la vuelta al género y se hace también narrativa, para dar cabida a las escenas de la vida cotidiana convirtiéndose así en una renovada pintura de género. Y una pintura esencialmente figurativa que llega en el momento justo, porque como explica la artista estadounidense Emily Mae Smith, “vivimos una época propicia para el debate de lo que significa ser humano en un tipo de cuerpo u otro”.
En este sentido, el retrato, individual o colectivo, es una de las formas en que las/os artistas responden a cuestiones como el género, la pertenencia a una étnica o la clase social. Figurativo no significa necesariamente realista, así, hay pintoras como Nina Chanel Abney que convierten las figuras en ideogramas, otras como Lynette Yiadom-Boakye las imaginan y un tercer grupo, como la colombiana Alejandra Hernández (1989) o la norteamericana Jordan Casteel (1989), las toman de su núcleo familiar o de conocidos.
Encontramos a artistas que buscan visibilizar a aquellas personas o colectivos que el arte suele dejar al margen, o los trata únicamente a través de lo conceptual o lo reivindicativo. Aquí lo reivindicativo consiste justamente en mostrarlos en igualdad de condiciones frente a quienes a lo largo de la historia del arte han inmortalizado sus rostros y cuerpos, las clases dominantes. Esta es la apuesta de Aliza Nisenbaum (1977), mexicana de origen judío y residente en Nueva York, quien durante años ha retratado a inmigrantes hispanos en Estados Unidos, en ocasiones miembros de diferentes generaciones. Artista consolidada, expondrá sus últimos trabajos a partir del 15 de noviembre en la Tate Liverpool.
“Vivimos una época propicia para el debate de lo que significa ser humano en un tipo de cuerpo u otro”, explican las artistas.
También en la Tate, en este caso Britain, se podrá ver a partir del 18 de noviembre la figuración más simbólica de Lynette Yiadom-Boakye (1977), londinense cuyos padres emigraron desde Ghana y que ha contribuido “al renacimiento de la pintura negra”, como destacó el jurado que la seleccionó como finalista del premio Turner en el 2013. Al contrario que la mayoría de pintoras, sus figuras no se basan en personas reales, sino que las crea a partir de materiales encontrados, con una paleta de colores limitada a verdes, marrones y negros.
Lynette Yiadom-Boakye: 'A culmination', 2016. La artista, cuyos padres proceden de Ghana, utiliza personajes imaginarios para sus narraciones pictóricas. © Lynette Yiadom-Boakye
Bisa Butler (1973) también parte de materiales encontrados, en su caso fotografías, para sus telas, que han revolucionado la escena artística norteamericana desde la exposición de sus quilts en el Smithsonian; nacida en Estados Unidos de padre ghanés, Butler realiza una completa investigación de las personas de las fotografías para convertirlas en sujetos, “personas de la comunidad afroamericana en ámbitos de vida ordinarios que pueden haberse sentado para una reunión familiar”.
Butler conecta con sus materiales textiles y combinaciones de colores con la tradición africana de su familia y la documentación de sus retratados “para que el espectador los vea como yo, como sujetos propios”. A partir del 16 de noviembre sus retratos podrán verse en el Arts Institute of Chicago, que justamente acaba de comprar obra de esta artista, además de obra de Tschabalala Self (1990) y Amanda Williams (1974).
Lubaina Himid: 'Six taylors', 2019. Los trabajos de esta artista nacida en Zanzíbar interrogan sobre el legado del trabajo de las personas negras, como en esta pintura que muestra a seis sastres y está muy influenciado por la profesión de su madre, diseñadora de telas © Lubaina Himid
Self es otra de las artistas que está ganando enteros y cotización–fue seleccionada por la revista Forbes como una de las 30 creadoras más influyentes menores de 30 años–. Nacida en el Harlem neoyorquino, la suya es una reivindicación de la cultura afroamericana a través también de la figura, especialmente de la mujer. Más multitudinarias son las pinturas de Nina Chanel Abney (1982): estallidos de color en telas de grandes dimensiones que ya han entrado en los museos y han protagonizado exposiciones como en el Modern Art Museum de Forth Worth; con un estilo más narrativo, conecta el narcisismo de la sociedad actual con las redes sociales y la violencia en los barrios de color con la policial.
Alejandra Hernández: 'Peaches n' cream', 2018. Residente en Bélgica, la artista colombiana define su obra como 'una mezcla de gentes': retratos de gente que muestra la fusión cultural contemporánea. © Alejandra Hernández
Desde una perspectiva menos abiertamente activista, Njideka Akunyili-Crosby (1983), Lubaina Himid (1954) y Toyin Ojih Odutola (1985) se centran en la intercomunicación de las personas. Nacida en Zanzíbar, Himid parte de una cita de la Nobel de Literatura Toni Morrison: “No eres el trabajo que haces, eres la persona que eres”, para enlazar el hecho de que en la historia del arte rara vez aparecen las figuras de color sin estar desempeñando un trabajo (Himid tendrá una exposición en la Tate Modern en otoño del 2021). Las escenas cotidianas de Crosby beben en su formalidad de la tradición artística occidental, para mostrar, en palabras de la artista, como la vida de los inmigrantes fusiona identidades dispares. El mestizaje cultural también está tras la obra de Toyin Ojidh Odutola, quien sitúa a sus personajes de color en ambientes tradicionalmente considerados blancos. Y es que el color ya no está cerrado en sí mismo.